OPINIÓN > Una mirada extraterrestre
- Anibal Diego López -
Si alguien llegara a este planeta desde cualquier lugar sin
información previa y se preguntara cómo viven los habitantes en la Tierra, le
costaría entender cuál es la realidad y especialmente cómo hacer un promedio
que refleje la situación real. Vería en un extremo familias apiñadas 3 o 4 en una
sola habitación sin agua potable con baño externo o incluso peor, millones en
carpas lejos de sus lugares de nacimiento. Y en el otro, mansiones de 500 o mas
metros cuadrados edificados en terrenos de miles de metros cuadrados. Y en el
medio, toda una variedad de posibilidades dependiendo del pais y la región. Y a
la vez, este visitante vería que los humanos estan en un nivel de información
ilimitada sobre lo que pasa en todo el planeta. Especialmente si miramos al
sector intermedio, que es el mayoritario, lo que llamamos la clase media.
Uno vive aquí, no vino de ningún lugar allende el espacio exterior. O sea
nuestra mirada es diferente, está acostumbrada a estas desigualdades. Hemos
naturalizado el hecho de que haya gente que disfruta de un ambiente muy placentero,
diríamos en exceso placentero, y otros, la inmensa mayoría, en condiciones
demasiado precarias hasta el punto de poner en serio riesgo su mera
supervivencia. Hubo un movimiento, se llamaba creo recordar, “SOMOS EL 99%”,
que justamente se rebeló contra eso. Contra el hecho de que el 1% viva de
manera tan obscenamente excesiva a partir de la apropiación de los recursos del
99 % restante.
A mí en esta nota me interesa pensar un poco cómo influye la contemplación
permanente de esta desmesura de los ricos en las clases medias, que suelen ser
calificadas como aspiracionales. ¿Qué significa ese adjetivo? Describe a gente
que aspira a algo que no siempre está a su alcance. En el caso del bienestar de
los muy ricos, no hay duda alguna que está lejos de estar al alcance de la
inmensa mayoría de los “clase media”, (ni hablemos de los de mas abajo). Simplemente
porque ni aunque la Tierra fuera del tamaño de Júpiter, alcanzaría para colmar
esas aspiraciones. ¿Pero entonces? ¿Por qué aceptamos que esa aspiración
desproporcionada a las reales posibilidades de realización siga funcionando
como Norte para tantos en el mundo? No hay una respuesta simple para esta
pregunta.
En primer lugar, a los de “arriba” les conviene que haya millones corriendo
detrás de una zanahoria inalcanzable. Harán lo que sea para que esa carrera
continue y una de las cosas que harán, será convencernos de que no es
inalcanzable.
Y en segundo lugar, a priori no es criticable que una persona asuma metas
en su vida difíciles de alcanzar. De hecho éste ha sido uno de los motores más
importantes para el progreso humano, sea cual sea el significado que le
atribuyamos a la palabra “progreso”. Perseguir una meta, estar dispuesto a
sacrificar el presente para construir un futuro improbable, es tan propio de la
condición humana que casi ni vale la pena cuestionarlo.
Ahora si vale que nos preguntemos si cualquier meta da lo mismo. ¿Dedicar
la vida a la ciencia como un Alberto Einstein, o al arte como una Marta
Argerich, está en un nivel parecido al de alguien que hace lo que sea para
llegar a millonario? Desde un punto de vista subjetivo tal vez no haya
demasiadas diferencias. Pero desde una mirada social vaya si las hay. Entonces
creo que estamos llegando al meollo de la cuestión que quiero abordar hoy. Si
millones de personas persiguen metas inalcanzables en una competencia insana
que moldea un mundo despiadado e injusto que, justamente gracias a esa
actividad enfermiza es cada vez más injusto… y que incluso a esas personas las
mantiene en un estado de deseo insatisfecho permanente… ¿No vale que
cuestionemos ese paradigma que, además produce como daño colateral la
penuria extrema de muchos millones más? Desde ya que somos unos cuantos en este
planeta los que cuestionamos este paradigma. Pero continúa rigiendo la vida del
planeta entero, porque parece que no somos tantos los que elevamos nuestra voz
al respecto. O tal vez… no gritamos lo suficiente.
Pero además… tengo una pregunta nueva, al menos para mi es nueva. No solo
este es un mundo con una distribución desigual del bienestar, sino que
esa situación se exhibe permanentemente. Los ricos muestran su riqueza, parece
que desean ser envidiados (yo creo que sí, que es parte del menú) y lo hacen
sin pudor alguno. ¿Por qué pueden hacerlo? Porque en este mundo la pobreza
avergüenza a quien la padece en lugar de indignarlo. Y la contrapartida es el
orgullo del rico por el mero hecho de serlo. De esa situación todos somos
culpables. Consciente o inconscientemente admiramos la riqueza, la asociamos
con el éxito o más aún con el merecimiento. No nos preguntamos cómo se
construyó esa riqueza, tampoco nos preguntamos quienes están del lado oculto
del cuadro… quiénes se empobrecieron debido a esa riqueza. Porque además, se
trata de una pregunta difícil de contestar, el sistema suele esconder a sus
víctimas cuidadosamente. Y entonces eso va construyendo un sentido común de impunidad
del rico, del poderoso. Un “vale todo” para la riqueza… porque nadie pregunta.
Se instala entonces la Gran Tentación Universal. Si es mas lindo vivir en una
casa de 500 metros con un parque enorme alrededor que en una vivienda modesta
de clase media… alguien dirá: quiero eso para mi vida (para mis hijos dirá)...
a como dé lugar. Y si el tipo en cuestión es, por ejemplo, un concejal oscuro
en algún municipio ignoto y además flojo de papeles a la hora de la ética…
pisará ese palito que abona la teoría de que “los políticos son todos
corruptos”. Un cargo en la política siempre implica una cierta cuota de poder.
Ejercerlo en beneficio de los que esperan un poco de justicia en sus vidas,
debería ser la única gratificación a la que aspira un funcionario público.
Porque para eso lo votaron. Pero en un mundo en el que la ética tiene poco o
nulo prestigio y la riqueza si, las probabilidades de que ese ignoto
funcionario milite en las huestes de los éticos… no son muchas. ¿Será esa la
principal causa de la corrupción política?
Alguien me dirá, tengo la solución: elijamos a gente con guita para los
cargos públicos. “si ya tiene guita, ¿para que va a buscar tener más?”
Parece lógico… ¿no? Pero no funciona así la cosa. Porque es la lógica del que
no tiene guita, entonces es una falacia, muy difundida por cierto… Parece que
los humanos depositamos la fuente de la felicidad más en lo que carecemos que
en ninguna otra cosa. El dinero como valor en sí, más allá de su destino
como medio de intercambio de mercancías está directamente vinculado a la
cantidad que se posee. Una persona que sufre por falta de recursos imagina que
con dinero ya será feliz y que si consigue lo necesario, ya no deseará más,
solucionará sus problemas y seguirá con su vida. Y cuando mira a un rico, cree
que éste, como ya tiene lo suficiente, limitará su deseo de tener más dinero.
Eso ciertamente sucede en algunos casos… pocos ciertamente. Pero la
pregunta que uno puede hacerse es… ¿Por qué ese proceso de limitación de
acumulación no sucedió antes? Alguien con mil millones llegó a esa cifra en su
patrimonio porque hizo cosas para eso antes, por ejemplo cuando tenía 500
millones siguió necesitando y entonces siguió haciendo lo mismo, lo
necesario para incrementar su patrimonio en un paradigma que podríamos definir,
“cuanto más mejor”. Mala idea creer que si lo ponemos a gestionar lo público
dejará de pensar en sus propios intereses y privilegiará los de toda la
sociedad. Los cuatro años neoliberales del macrismo fueron la prueba
concluyente de esta afirmación.
Un planeta que alberga vida y que está en estado crítico justamente porque
la porción más inteligente perdió el rumbo, requiere un urgente cuestionamiento
acerca de los paradigmas imperantes no solo en las mentes de la élite
gobernante, sino en las de la mayoría de los habitantes del planeta. Y uno de
los que debería ponerse en entredicho es el que admite que la riqueza
extrema habilite la compra de cualquier cosa, islas para hacer lo que sea con
su hábitat, selvas para desmontarlas para plantar soja, playas antes públicas
que se privatizan… la lista es infinita. Ese cambio de paradigma debería ser
más radical aún, se debería cuestionar la posesión excesiva de dinero por
encima de un cierto valor razonable. La codicia es una enfermedad social, o al
menos así debería ser definida, dado el enorme daño que ocasiona en el conjunto
de la sociedad planetaria.
Hay un señor Elon Musk que parece que compró twitter. Y está viendo cómo lo gestiona para que sea una herramienta más adecuada para la comunicación. Y el resto del mundo contempla eso, preguntándose cómo funcionará twitter a partir de ahora. Claro, porque la definición de “adecuado” corre por cuenta del señor Musk. Lindo mundo el que estamos construyendo: un privado maneja uno de los sistemas de comunicación más importantes. Otro privado, Mark Zuckerber, maneja otro: Facebook... Y nosotros, la gilada… con la ñata contra el vidrio esperando contra toda esperanza, que a estos tipos les hayan surgido inquietudes éticas acordes con su gigantesco patrimonio. ¿De qué posibilidad de cambio de paradigma estamos hablando?
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