OPINIÓN > De remedios y medicamentos
- Por Rosana Forgas *-
Corría el año 1992, acababa de asumir la gobernación
de mi provincia, Ramón Ortega, 'Palito', el changuito cañero, el cantante más
popular de todos los tiempos, quien para los tucumanos tiene un sello muchísimo
más importante que toda su trayectoria musical: le ganó el sillón de Lucas
Córdoba a Bussi y pudimos patear su despreciable figura durante cuatro años
más.
En los 90, la crisis económica y financiera por la que
estábamos atravesando era bastante similar a la actual, sin hecatombe sanitaria
global ni exterminio post-macrista pero en medio del menemato. Con
coparticipaciones con cuentagotas, con cuasi monedas en varios distritos, con
meses de atrasos salariales y muchos otros infiernos.
Si bien no atravesábamos por una pandemia, sí lo
hacíamos por una epidemia a nivel regional, la del cólera que azotaba a la
región NOA, con epicentro en Salvador Maza, Salta, y que se expandía muy
rápidamente. Esa dolorosa circunstancia tan desconocida como la covid 19
(aunque no tan grave, desde luego), nos sirvió para confirmar la verosimilitud
de la afirmación de que, a veces, las crisis son oportunidades. Porque las acciones
que se realizaron para paliar los daños en la salud de la población nos
sirvieron como políticas públicas durante mucho tiempo después. Y es en esa
mirada, si se quiere, de resiliencia
política en la que nos inspiramos hoy para empezar a militar algunas de las políticas que, creemos, contribuyen a
paliar las desigualdades reinantes en la región, entre las cuales la de salud, es decididamente
pornográfica.
La que abordamos hoy fundamentalmente tienen que ver
con la accesibilidad a los medicamentos esenciales: que son aquellos a los que
la OMS define como los medicamentos que
cubren necesidades de atención de salud prioritarias. Y a los que su
selección se hace atendiendo a la prevalencia de las enfermedades y su
seguridad, eficacia y costo-eficacia comparativa.
Para
ponerlo en términos coloquiales: son los medicamentos de consumo masivo como
los analgésicos, antiinflamatorios, antihipertensivos y tantos etcéteras que
llenan los botiquines familiares. Los mismos que siempre son pasibles de
incrementos obscenos de precios a raíz de que, muy pocas veces en nuestra
historia, (y siempre durante gobiernos “populistas”) el Estado se puso los
pantalones largos para ejercer su autoridad paternal sobre uno de los mercados
más impiadosos: el de la industria farmacéutica. Sector por demás corporativo y
poderoso que se aprovecha de las características de la demanda de medicamentos
que es inelástica por antonomasia: esto es que los fármacos se consumen lo
mismo, independientemente del precio que fijan los laboratorios (como por
ejemplo pasa también con las leches maternizadas o la electricidad o los
combustibles) ya que son artículos de primera necesidad.
Pero
existen alternativas válidas para enfrentar desde los estados nacional y
provinciales, la feroz embestida de una de las industrias lícitas más poderosa
del mundo (sino la más) contra el bolsillo de los trabajadores, como es la producción pública en gran
escala, como ocurriera en los años noventa que marcaron el mayor esplendor de
los laboratorios estatales de elaboración de medicamentos esenciales.
Escenario
que permite que sea el propio Estado el que oficie como ente regulador de
precios y no el libre mercado el que condene a los enfermos crónicos a
abandonar sus tratamientos, complicando su situación de salud y, por ende,
generándole más gasto al propio Estado.
Los
medicamentos para pacientes ambulatorios (crónicos o agudos) son una barrera
sanitaria que optimiza los recursos financieros estatales por cuanto un
paciente hospitalizado requiere de una infraestructura infinitamente mayor para
su atención, por lo que es fácil deducir que el precio de los medicamentos no
sólo afecta a un ciudadano que concurre a la farmacia con la receta prescripta
por su médico pero no puede adquirirlo por sus precios, sino también a toda la
población sana que con su
responsabilidad tributaria sostiene el sistema de salud.
Con
esto no estoy diciendo otra cosa que los intereses económicos y geopolíticos de
la industria farmacéutica en el mundo repercuten en los bolsillos de todos y
que sus exorbitantes ganancias denotan uno de los aspectos más perversos de la
desigualdad; remedios carísimos y consumidores que no pueden acceder a ellos.
Les
advierto a mis lectores que ésta es apenas la primera de varias notas que se
vienen en esta publicación y que intentarán suministrar información sobre
políticas de medicamentos para remediar la
salud, así que mejor ya voy terminando con esta introducción a una problemática
tan compleja como controvertida por cuanto involucra decisión política y una
gran cuota de valentía por parte de quien la ejerza.
Nos
vemos en la próxima, amigos.
(*) La autora es farmacéutica,
especialista en Políticas Públicas y en Uso Racional de Medicamentos. Fue vocal
del Consejo Provincial de Salud, Directora de Programas y Servicios Técnicos,
Jefa del Departamento de Atención Farmacéutica, Responsable Provincial del
Programa Remediar y Directora del Laboratorio Estatal de Producción Medicamentos
de la provincia de Tucumán.
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